ENCUESTA BORRASCOSA
Ángel Lara Platas
Don Jesús Reyes Heroles decía que
la política es demasiado seria para que sus acciones sean determinadas por el
temperamento y la emoción, al margen de la cabeza. “Sin emplear la cabeza
muchas cosas se pueden hacer, pero no política”.
Hace unos días en una reunión privada –así calificada a pesar de los 800
invitados-, el Presidente Felipe Calderón decide subirse, sin titubeo alguno,
al podio de las especulaciones.
En esa súper secreta reunión, el mandatario asume el honroso papel de encuestólogo
y con gráficas en mano, da a conocer una encuesta de opinión cuyos resultados
daban empate técnico a Josefina Vázquez Mota con Enrique Peña Nieto. Llamó la
atención que en el mismo sondeo, el amoroso y tierno candidato de las izquierdas
don Andrés Manuel López Obrador, quedaba tan rezagado que bien podía
confundirse con la estrella menos refulgente del firmamento.
La presentación de las inéditas cifras como niebla pesada gravitó por todo
el salón. Los consejeros de Banamex escucharon sin interrumpir, pero sin una
señal de aprobación o desagrado. Solo en sus miradas había sorpresa: trataban
de adivinar si se trataba de una mera ocurrencia, o si mientras permanecían
dentro, afuera los acontecimientos rodaban con tanta rapidez que las simpatías
por los candidatos se habían invertido.
Sin embargo, la tecnología se encargó de romper con la secrecía decretada
por la Presidencia. Antes de concluir la reunión la noticia ya había doblado
esquinas y traspasado fronteras.
Y levantaron el vuelo las especulaciones, los sobresaltos y las
murmuraciones.
Los chepinistas, con gesto de
conocer las señales de Calderón, dijeron que la verdadera intención del jefe
máximo fue lanzar el mensaje que a López Obrador ni de reojo.
Los peñistas, con el código en la
mano externaron que el Presidente no tan solo estaba violentando las leyes
electorales, por contratar con recursos públicos a una supuesta encuestadora, y
viciar el proceso por haber dado a conocer los resultados de una encuesta de autor y metodología
desconocidos.
Y que esa actitud lo colocaba de facto como el presidente del PAN y
coordinador de la campaña de su candidata, dualidad que conseguiría hacerlo
caer en alguna responsabilidad electoral, ya que podría ser acusado por llevar
a cabo actos anticipados de campaña.
En la calle, eran muchas las voces que recomendaban al jefe de las
instituciones aprender el arte de callar, para quitarle un poco de presión a la
olla donde se cuece el caldo gordo que se degustará en la jornada electoral.
Otros, de plano, proponían casi casi emparedarlo en el silencio.
No faltó quien, en actitud desconfiada, afirmó que el Presidente pretendió
hinchar sus velas de poder con los vientos de la confusión.
Los reclamos, que de forma inmediata tuvieron rostro y nombre, fueron en el
sentido de que el Presidente debía reconsiderar su actitud y enmendar lo que terminó
siendo una estrategia proselitista fallida, para inclinar la balanza del lado
de la panista.
Dijeron que estaba afectando la equidad en la elección y que debía
comportarse como Jefe de Estado, no como campañólogo; y, de paso, entender que
también en política todo lo que empieza termina.
Lo curioso es que en el panismo también hubo desconcierto. Por ejemplo, los
diputados decidieron abandonar el recinto legislativo porque carecían de
argumentos de peso para defender las gráficas que su jefe político había
presentado horas antes.
Después de un silencio atronador, el PAN salió al quite y trató de hablar
alto para ofrecer su versión y re direccionar lo ocurrido. Pero entre la
tolvanera de cuestionamientos de líderes políticos y destacados comentaristas
apenas resultó audible.
A los voceros panistas les costó trabajo hacerse escuchar y contener un
poco las especulaciones que ponían en tela de duda la imparcialidad del
Presidente Calderón.
Los encuestólogos más reconocidos aunque reaccionaron con cautela, de
inmediato pusieron a trabajar a sus equipos para detectar algo que les hubiese errado.
Estaba en juego la quiebra ética de las que fallaran.
Los resultados resultaron tan sorpresivos, que Pedro Joaquín Coldwell se
vio obligado a declarar que se trataba de una encuesta “patito”.
Las cosas se aclararon cuando el dueño de un noticiero entrevistó al autor
de la euforia numérica del Presidente: Lauro Mercado director de MERCAEI. En la
entrevista, el doctor Mercado habló de la historia de su empresa, y trató de
rescatar el prestigio que en horas vacías de información cayó hasta el piso
En una vaga explicación, trató de justificar que los 4 puntos de diferencia
entre Peña y Josefina sí se podían dar, siempre que se jugara con los máximos y
los mínimos del margen de error. Algo así como juntos pero no revueltos.
La sospecha crece cuando Lauro Mercado reconoce que uno de sus clientes
preferidos es el PAN.
Pero… ¿qué tal si el Presidente solo quería tantear qué tan duchos eran los
cuates de Banamex, en cuestión de incrementos con cargo al cliente?
Como sea, va a estar dura la borrasca.
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